martes, 29 de noviembre de 2011

Una exposición y dos cuadros

El Museo del Prado de Madrid acoge, hasta el 25 de marzo del año que viene, una exposición con algunos de los tesoros del Hermitage de San Petersburgo. El Hermitage es un museo gigantesco en el que, cuando sales de él, agotada y saturada de ver salas y salas, tienes la sensación de que te has perdido algo importante. En la exposición de Madrid esa sensación te la ahorras porque es muy pequeña pero te quedas con ganas de más.

La parte más interesante, para mí, es la del 'Oro de los Escitas', esos nómadas misteriosos que vivieron 500 años antes de Cristo, en Europa Oriental, y que, a juzgar por lo poco que se conoce de ellos, desarrollaron una cultura tan avanzada como sofisticada. Pietro Citati la describe muy bonitamente en su libro 'La Luz de la noche': '... Hacían entonces un alto de unos minutos o de unas horas. Alrededor se extendía una alfombra de flores: tulipanes silvestres, lirios amarillos y violetas, amapolas, ranúnculos, jacintos púrpura, sumergidos en una hierba blanca como de plumón, un mar de plata; al fondo, en el aire transparente y azul, pasaban, veloces, recortados contra el cielo, los ciervos, los lobos grises y azules, las águilas y las avutardas. Los viajeros no sabían que en aquellos túmulos yacían los cuerpos de los príncipes escitas, cuyas costumbres y empresas habían leído apasionadamente en Heródoto'.

Joyas escitas aparte, en la exposición puede verse un Caravaggio precioso, un formidable Ribera, un Velazquez menor, que en El Prado queda más patente que no es de lo mejor que pintó el sevillano, dos Rembrandt, varios Picasso, algunos impresionistas, un Kandinsky, bastantes cuadros del XVIII, para mí perfectamente prescindibles, y una pequeña pero espectacular muestra del joyero de los zares y zarinas.

Entre todos los cuadros me quedo con dos: Mujer con sombrero negro,  del holandés Kees Van Dongen  (1877-1968), que fue una de las cosas que me perdí cuando estuve en el Hermitage. Y si lo ví no me acordaba porque a lo mejor en aquellos días me interesaban más otras cosas.



Y en un registro completamente diferente, la Lamentación sobre el cuerpo de Cristo muerto, del Veronese (1528 - 1588). Éste si lo recordaba muy bien, con el contraste entre la túnica roja del ángel y la palidez mortal de Cristo, en un escorzo que obliga a mirar el cuadro desde lejos para poder verlo en toda su dimensión.



7 comentarios:

Ana dijo...

Es cierto, uno se queda con la impresión de que hubiera sido estupendo que hubieran traído más cosas. Sales con la sensación inversa a como sales del Hermitage.

La lamentación es realmente impresionante pero si te descuidas pasas sin percibir toda la riqueza y la fuerza del cuadro. Hay que buscar distancia y profundidad y el cuadro se revela magnífico.

Muy recomendable.

Lourdes dijo...

Hace algunos años, no muchos, visitamos en Berlín una exposición maravillosa sobre las tumbas de los escitas y en ella se hacían numerosas referencias no sólo a lo que escribió sobre ellos Heródoto sino a las alusiones que pueden encontrarse en los escritos de la Biblia atribuidos a los profetas Isaías y Ezequiel.

Es curioso como hay pueblos de la antigüedad sobre los que conocemos casi todo, en tanto que otros, como es el caso, están envueltos en una nebulosa que los hace muy atractivos porque tendemos a mitificar lo desconocido.

Elena dijo...

Me encanta el cuadro de la mujer, tiene un verde precioso. Yo siempre he querido ir a San Petersburgo porque ne la imagino preciosa pero nunca ha cuadrado.

T dijo...

Pues en foto el verde pierde mucho porque es realmente espectacular.

Antes de ir a San Petersburgo, tienes que dejarte caer por Madrid, que no está tan lejos y no hace tanto frío.

Ana dijo...

Eso, eso.

Javier Marín dijo...

No conocía el cuadro de la lamentación y me quedé pegado al verlo.
Lo que yo vi fue al ángel cogiendo a Jesús de la mano para acompñarle suavemente a abrazar a la muerte madre, la muerte acogedora.
El contraste del tamaño y la robustez/delicadeza de ambos personajes, más la amabilidad que se ve en la cara de María me conmovieron profundamente y se me cayeron dos lagrimones enormes.
En El Prado está justo enfrente de "El tocador de laúd" que nó me impresionó ni la décima parte.

T dijo...

Muchas gracias por su comentario y bienvenido. Coincido con usted en la tremenda fuerza que desprende el cuadro.