lunes, 25 de febrero de 2008
Breve historia de un Requiem
En una carta fechada el 17 de noviembre de 1868 en su finca de Sant' Agata, Verdi escribe a Ricordi que 'para honrar la memoria de Rossini - que había fallecido en Passy unos días antes - quisiera que los maestros italianos compusiesen una Misa de Requiem para interpretarla en el aniversario de su muerte'. Proponía, además, que el lugar en el que esa Misa debería interpretarse no podía ser otro que la 'iglesia de San Petronio de Bolonia, que fue la verdadera patria musical de Rossini'. Y añadía que 'esa misa no debería ser objeto ni de curiosidad ni de especulación e inmediatamente después de su interpretación, la partitura tendría que ser precintada y depositada en los Archivos del Liceo Musical de Bolonia, de dónde no debería volver a salir, salvo en los posteriores aniversarios de la muerte del Maestro que la posteridad deseara celebrar'. Avanzando en su carta, podemos leer que también proponía 'la creación de una Comisión de intelectuales que regulasen la realización del proyecto y sobre todo, eligiesen a los compositores, les encargasen las diferentes partes que tendrían que componer y supervisasen la puesta en marcha de la obra'. El propio Verdi era consciente de que una obra compuesta a trozos y por diferentes autores, se resentiría forzosamente de falta de unidad musical pero 'a pesar de ese fallo, el Requiem demostraría que grande es en todos nosotros la veneración a un hombre cuya pérdida ha llorado el mundo entero'.
Pues bien, los deseos de Verdi se cumplieron en parte. La Comisión se constituyó, se asignaron las diferentes partes a otros tantos compositores y éstos, efectivamente, las compusieron pero rápidamente aparecieron los resentimientos y la rivalidad tanto de intérpretes como de empresarios y el proyecto fracasó. Y así, la partitura de la Messa a Rossini, como Verdi la llamaba, quedó olvidada en los archivos de la Casa Ricordi.
A Verdi le había correspondido componer el 'Libera me' y años más tarde, concretamente el 2 de febrero de 1871, el Director del Conservatorio de Milan - Alberto Mazzucato - que había sido miembro de la Comisión encargada de la Misa a Rossini, escribió una carta al compositor en la que alababa de manera entusiasta, la belleza y la fuerza del 'Libera me' verdiano. En su opinión, 'la más bella página, la más grande y la más grandiosamente poética que se pueda imaginar'. Verdi le contestó agradeciéndole los elogios y aclarándole que desarrollando un poco el 'Libera me', ya podría tener escrito el 'Requiem' y el 'Dies irae', pero terminaba diciéndole que no pensaba escribirlos porque 'no amaba las cosas inútiles. Existen tantos y tantos Requiem que es inútil añadir uno más'.
Sin embargo, a finales de abril de 1873, Verdi volvió sobre la partitura del 'Libera me' y se puso a escribir lo que sería su Requiem. Cuando un mes más tarde, concretamente el 22 de mayo de 1873, moría en Milan Alessandro Manzoni, una importante figura de la cultura italiana y al que el compositor consideraba 'el más noble de nuestras glorias nacionales', el alcalde de la capital lombarda le propuso que compusiese una Misa de Difuntos para conmemorar el primer aniversario de la muerte del escritor. Verdi aceptó el encargo no sin advertir al político, que 'la interpretación debería ser digna del país y del homenajeado'. El trabajo fue arduo, complejo y reflexivo. Podemos afirmar que el compositor se tomó su tiempo. Tanto que dos meses antes de la fecha prevista para su estreno, la orquestación no estaba terminada. El 25 de marzo de 1874, Verdi escribió a Tito Ricordi diciéndole que 'de aquí a fin de mes, entregaré el Requiem y el Dies Irae. El resto, de aquí al 10 de abril'. Finalmente, el Requiem estuvo acabado en la fecha prevista y se interpretó por vez primera, en la Iglesia de San Marcos de Milan, el 22 de mayo de 1874, al cumplirse el primer aniversario de la muerte de Manzoni. Esta primera interpretación estuvo dirigida por el propio compositor y los solistas fueron Teresa Stolz, soprano, María Waldmann, mezzo, Giuseppe Capponi, tenor y Ormondo Maini, bajo.
La partitura del Requiem guarda un cuidado equilibrio entre la música religiosa y la música para la escena. Se ha dicho, con razón, que es una obra de carácter operístico imbuida de un fuerte sentido dramático pero en él, Verdi quiso rendir un homenaje a los grandes maestros de la polifonía italiana y así, algunas de sus partes están compuestas al estilo de Palestrina. Es una partitura 'redonda' en la que las distintas partes guardan un perfecto equilibrio entre ellas y con el total de la obra. En su parte final, la música fugada se va deslizando hacia el ritmo del 'Réquiem aeternam' inicial, estableciendo así un equilibrio estructural con las primeras notas de la partitura.
Uno de los ejemplos más claros del sentido dramático de este Requiem podemos encontrarlo, en mi opinión, al final del 'Dies irae'. El paso de la última repetición de la secuencia 'Dies irae, dies illa...' al 'Lacrymosa' en el que los violines, con un canto desgarrador, suenan entrecortados con pausas cada vez más y más largas, nos dibuja una magnífica imagen del sentido teatral que preside toda la obra operística de Verdi.
El compositor, después de toda una vida comprometido políticamente con la independencia italiana y con los valores del humanismo y el liberalismo ilustrado, a partir de 1865, tanto la temprana muerte de Cavour, como la derrota de Garibaldi ante Napoleón III, le alejaron de la política activa y se retiró a Sant' Agata. Desde allí, decidió vivir su indudable patriotismo homenajeando a los dos italianos de su época que él consideraba de mayor valía: Rossini y Manzoni. Esa fue la génesis del Requiem, una obra escrita con gran maestría y equilibrio formal, como cualquiera de sus óperas. El homenaje de un artista comprometido con su tiempo a un escritor que era, para Verdi, un modelo de patriotismo y en cuya novela Los Novios, veía reflejados los valores más nobles del nacionalismo italiano. La plegaria fúnebre del compositor que rechazó la postura favorable del Papa Pío IX al mantenimiento del 'status quo' católico - austriaco.
Sin duda que, de haber podido escucharlo, el muy católico Manzoni hubiese quedado impresionado del homenaje musical y religioso que le rendía un compositor agnóstico que todavía tuvo fuerzas para escribir, en los últimos años de su vida, dos grandiosas óperas, Otello y Falstaff, antes de morir, a los 87 años, en la suite del Gran Hotel de Milan a la que se había retirado desde la muerte de Giuseppina Strepponi. Fue el 27 de enero de 1901 y por expreso deseo suyo, en su funeral no hubo ni música ni cantos. Aunque en un primer momento fue enterrado en el cementerio de Milan, un mes más tarde, sus restos y los de la Strepponi, fueron trasladados a la cripta de la Casa de Reposo para músicos ancianos que él mismo había fundado en Milan dos años antes. En aquella ocasión al cortejo fúnebre, convertido casi en una ceremonia de estado, asistieron miembros de la Familia Real italiana, políticos, diplomáticos extranjeros y compositores como Puccini o Giordano. Con él murió también toda una época.
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