Ayer, desafiando a los prejuicios, fui a ver el 'Tannhäuser' programado en el Teatro Real. Lo de los prejuicios lo digo porque creo que en Madrid es casi imposible ver un Wagner siquiera correcto pero me gusta tanto esta ópera que, al final, caí en la tentación.
Llevaba días leyendo y escuchando que el 'Venusberg' era un escándalo casi pornográfico pero a mí me pareció de una vulgaridad estrepitosa, en la que el erotismo brillaba por su ausencia y la sensualidad no aparecía por ninguna parte. Ese 'Venusberg' era lo más parecido a un burdel de cuarta categoría, en el que no faltaba ni una chaise longue tapizada en capitoné, y Venus una madame de la peor estofa, porque además cantaba de pena y con un vibrato espantoso. Anna Katharina Behnke se llama la señora.
Para escándalo el de la orquesta. Éso si que es un escándalo y de los grandes. La obertura de Tannhäuser, una maravillosa partitura llena de detalles, sonó como si la estuviese interpretando una banda de pueblo. Tuve toda la impresión de que media orquesta se había ido de puente y que los que se quedaron tenían la cabeza en otro sitio. Tannhäuser, la ópera de Wagner que más recurre a las emociones a flor de piel, tiene que emocionar desde los primeros compases de la obertura y si no es así no funciona. Ayer me acordé de un primo mío, devotísimo hijo de Don Ricardo Wagner, que siempre me decía que en los 15 minutos largos que dura la obertura, y antes de que cantase nadie, ya sabía si tenía que irse del teatro porque si no había orquesta, ya podían estar encima del escenario los mejores cantantes que han pisado Bayreuth, que no había redención posible. En resumen: un primer acto para olvidar.
Lo mejor de la noche fue la Elisabeth de Edith Haller, una primeriza en el papel que estuvo muy por encima del tenor Robert Gambill, quien cantó un Tannhäuser gris, sin brillo y sin ninguna elegancia vocal. Ni lírico ni heróico. La orquesta mejoró un poco en el tercer acto y la escenografía de de los actos segundo y tercero mejoró muchísimo aunque el vestuario tampoco era de los deslumbrantes. El coro, reforzado, careció de sutilezas pero tampoco se le pueden pedir peras al olmo y tanto Wolfram como el Landgrave Hermann - Roman Trekel y Günther Groissböck -estuvieron muy correctos, sobre todo el segundo.
El responsable musical fue Jesús López Cobos, al que aplaudieron muchísimo, aunque tengo la impresión de que se llevó los aplausos por la rueda de prensa del otro día en la que criticó con toda razón los desvaríos de los responsables del Teatro Real porque si no, no lo entiendo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Los has puesto de "ropa nueva". ¿Por qué no te marchaste en la obertura?
Porque no soy tan radical, ni tan histriónica, como lo fue mi primo quien, por otra parte, sabía una barbaridad de ópera y era un gran aficionado.
Hay que ver mucha ópera, buena, mala, regular y hasta infame, para ver, alguna vez, una gran función. Y siempre es posible el milagro, si no lo creyese así, me quedaría en caso escuchando grabaciones míticas.
Aunque no lo parezca, te aseguro que me divertí.
Publicar un comentario