Birgit Nilsson tal vez haya sido una de las mejores Isolde de la historia y es, sin ninguna duda, una de las más grandes sopranos dramáticas del siglo XX. De ésas que hacían de su presencia en el escenario un acontecimiento memorable y que derrocharon en su carrera dignidad, clase y arte. Su último papel en el escenario fue una Elektra, en 1982.
Nilsson murió en 2005 y dejó como legado su deseo de premiar los logros excepcionales en el campo de la ópera y los conciertos con una suma de un millón de dólares. El premio, que lleva su nombre y que otorga una fundación que también lleva el nombre de la soprano sueca, se ha convertido, por su dotación económica, en uno de los más importantes del circuito clásico.
Hace unos días se conoció al ganador de este primer premio, un ganador elegido por la propia soprano que 'quiso honrar a uno de los grandes cantantes de ópera de todos los tiempos, cuya contribución al mundo de la ópera y de los conciertos no admite comparación', en palabras del Presidente de la Fundación Birgit Nilsson.
Confieso que cuando me enteré del ganador mi sorpresa fue mayúscula y confieso también que el elegido, por muchas razones, no es 'santo de mi devoción'. Pero está visto que hasta las más grandes tienen sus debilidades y el tenor español Plácido Domingo, recogerá su premio, y su millón de dólares, a finales de este año en Estocolmo.
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