martes, 8 de julio de 2008

Manon

Jules Massenet fué un prolífico compositor de óperas, pero ha pasado a la historia por Manon y Werther, sus obras más reconocidas. Manon se estrenó en el Teatro de la Opera Cómica de París el 19 de enero de 1884 y cómo sus cinco actos le debieron saber a poco, diez años más tarde escribió Le Portrait de Manon, colofón en un acto de la anterior. El estreno en París corrió a cargo de Marie Heilbronn, una gran diva de la época en el papel principal, y Alessandro Talazac, siendo Jean Daubé quien estuvo al frente de la orquesta. El público la acogió de manera entusiasta y en la crítica hubo división de opiniones. En España se estrenó en el Gran Teatro del Liceu de Barcelona, el 29 de diciembre de 1894.

Como es notorio, la novela del Abad Antoine - François Prévost (1687 - 1763), cuyo título es Histoire du Chevalier des Grieux et de Manon Lescaut, ha inspirado varias óperas además de la de Massenet. Desde Manon Lescaut, de Auber (1856) hasta Boulevard Solitude de Henze (1952), pasando, desde luego, por Manon Lescaut de Puccini (1893). Desde el punto de vista dramatúrgico, la diferencia más reseñable entre las obras de Massenet y Puccini, las dos más representadas, es que la Manon de este último muere deportada en América, después de cantar la estupenda aria "Sola, perduta, abbandonata...", en tanto que la de Massenet muere en Le Havre, antes de que la sentencia de deportación se cumpla.

La Manon del compositor francés nos ofrece un mejor relato psicológico del personaje y es, además, mucho más fiel a la novela en la que se basa. Una novela que refleja una sociedad amante de la frivolidad, hipócrita e inmoral, en la que la heroína, licenciosa y libertina, termina muriendo como mandan los cánones de la moral y las buenas costumbres. Prévost, sin duda, tenía bastantes datos para describir al personaje ya que su vida fué lo suficientemente intensa y azarosa para ello. Fue soldado, novicio jesuita, benedictino, predicador de éxito, colgó los hábitos dos años después de ordenarse sacerdote y se exilió en Inglaterra, donde se convirtió al protestantismo y después de un sonoro escándalo de faldas, abandonó Inglaterra para afincarse en Holanda. Pero no terminaron ahí sus peripecias ya que de regresó a París, retornó al catolicismo, volvió a ingresar en la Orden de San Benito y fué capellán del Príncipe Conti. Murió de apoplejía a los 76 años y la leyenda cuenta que, cuando iban a practicarle la autopsia, todavía revivió unos segundos antes de expirar definitivamente. No me digan que el personaje no es apasionante.

Massenet compuso una música sensual y elegante, muy apropiada para el ambiente en que se desarrolla la ópera y los libretistas, con los que colaboró el propio compositor, escribieron un texto muy sugerente. No obstante, el principal problema de esta ópera es que es demasiado larga y tiene demasiadas escenas de relleno, algunas bastante absurdas y otras rayanas en la cursilería. La partitura, que en su tiempo fué tachada despectivamente de "wagneriana", se inicia con un preludio que recoge los principales temas de la ópera, temas que son reiterados por la orquesta a lo largo de los cinco actos, con lo que ésta se convierte en la narradora de la historia de placer, erotismo y sentimientos religiosos que se desarolla en el escenario. Manon es una ópera con todo el "charmé" francés y pensada para el público francés de la época, lo que no ha impedido que se convierta en una de las mejores óperas del repertorio de todo el siglo XIX y que su encanto siga vigente, más de un siglo después. Se ha dicho que la obra de Puccini es más pasional que la de Massenet; bueno, en mi opinión no es que a ésta le falte pasión, sino que es más refinada. Es cierto que tiene momentos de gran inspiración melódica, muy alejados del desgarrador verismo del italiano, pero el final del tercer acto es, sin lugar a dudas, una de las escenas más pasionales de toda la historia de la ópera. En ella, Massenet expresó magnificamente el drama existencial de un joven atormentado, que busca desesperadamente la paz en la religión sin conseguir quitarse de la cabeza la imagen de Manon. Una pasión que hace que termine sucumbiendo a sus encantos, cuando ésta reaparece en su vida, en un final de acto casi blasfemo, en el interior de un seminario.

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