jueves, 3 de enero de 2008

Pulchra


Cuando se ha tenido la suerte de crecer a su sombra, puede llegar a pasar desapercibida. La recuerdo desde siempre y desde que era muy pequeña, me gustaba que me llevasen a la 'iglesia grande' porque la luz de las vidrieras me producía una fascinación indescriptible, era lo más parecido a un caleidoscopio gigante.

Fuí a un colegio situado a sus espaldas y allí aprendí, entre otras muchas cosas, que esa 'iglesia grande' era una joya del gótico y que mi caleidoscopio mágico lo formaban los vitrales más impresionantes de la cristiandad. Y seguía gustándome pasear por sus tres naves silenciosas y umbrías, a la espera de que un rayo de sol obrase el milagro y las sombras se transformasen en un estallido de colores.

Durante años la contemplé de reojo, desde el mismo sitio en el que está tomada esta fotografía, entre conversaciones, aperitivos, amigos, un novio y muchos cafés. Y también me senté a rumiar soledades justo en las antípodas de este encuadre, en un banco que mira a la girola y que ofrece una perspectiva muy diferente pero igual de bella.

La rutina hace que forme parte del paisaje de tu vida y que a fuerza de mirarla ya ni la veas, hasta que una tarde, entre la lluvia y las brumas, volví a encontrarme delante de ella, crucé su puerta y recuperé el aroma de los cirios. Y en silencio, sabiendo que el milagro de verla teñirse en mil colores no se produciría, porque la hora lo hacía imposible, volví a admirarme de su grandeza, igual que cuando era pequeña. Y volví a felicitarme por haber tenido la inmensa suerte de crecer a su sombra.

1 comentario:

ECA dijo...

¡Qué bonito y cuantos recuerdos!